Descripción
Fray Hernando de Talavera fue un personaje de primera importancia eclesiástica y política en la época y el reinado de Isabel I. Su acción en Granada comenzó cuando ya era hombre maduro de en torno a sesenta y dos años, casi un anciano para los criterios de la época aunque en pleno vigor de sus facultades, a lo que probablemente contribuía su modo de vida frugal y ascético. Como primer arzobispo de la sede, organizó la nueva Iglesia granadina, promovió la acción religiosa y misionera, no descuidó el cultivo de la cultura intelectual y, además, sus intervenciones en la nueva articulación político-administrativa del antiguo emirato fueron continuas y fundamentales. Todo ello constituye, probablemente, el aspecto más conocido de su vida pero su figura como hombre de religión y política tuvo un alcance y unas dimensiones mucho mayores y la huella de su personalidad desbordó claramente, en algunos aspectos, los marcos de su época para alcanzar la categoría de ejemplo o referencia permanente.
La historiografía sobre fray Hernando arranca de antiguo y es relativamente abundante aunque reiterativa a veces y otras ceñida a algún aspecto parcial de su vida y obra considerado aisladamente. El libro que tengo la satisfacción de prologar supera ampliamente esa situación. En su primera parte, el profesor Martínez Medina ofrece una completa biografía del personaje y, en la segunda, analiza el pensamiento político de Talavera utilizando como hilo conductor su Oficio de la Toma de Granada. En la tercera parte, el investigador Martín Biersack traza un excelente cuadro sobre la personalidad intelectual del arzobispo y sus fuentes de inspiración, los efectos que tuvo sobre sus discípulos y su reflejo en los centros de enseñanza que fundó o promovió.
La personalidad religiosa y política de Fray Hernando tuvo unos perfiles nítidos, tanto en las ideas sobre las que se sustentaba como en la práctica que constantemente mantuvo. Por eso es relativamente fácil conocerla. Consideró, a buen seguro, sus actividades eclesiásticas y políticas como dos aspectos de una misma realidad sustancial puesto que ambas iglesia y monarquía colaboraban, cada cual en su ámbito, a organizar la ciudad del mundo y a preparar el advenimiento pleno de la ciudad de Dios entre los hombres. Pensaba, al modo tomista, que tenían una misión común y, a la vez, un reparto de funciones en el que lo político abarcaba desde el saneamiento de la Hacienda real hasta la reforma eclesiástica en su plano normativo, aunque cada acción tuviera sus propios motivos y distintos alcances u horizontes. Pero, al mismo tiempo, el elemento religioso daba sentido moral a la acción política y la integraba en una concepción hierocrática y providencialista de la realidad social. Una sociedad donde la autoridad eclesiástica -papa, obispos- tenía preeminencia doctrinal y jerárquica por la propia naturaleza de su misión pero en la que el poder regio era preeminente como motor de la acción política encaminada al bien común según criterios religiosos.
De ahí la importancia que tenía la dirección moral de los reyes, según lo entendía Talavera, y el valor que otorgó a su función como confesor y asesor de la reina Isabel, al mismo tiempo que, entre 1475 y 1492, llevaba a cabo una cantidad ingente de trabajos que muestran su excepcional capacidad para la organización y la acción, mediante el esfuerzo personal y al frente de equipos, tanto en cuestiones políticas y de alta administración secular y eclesiástica como en tareas de consejo e incluso de mediación diplomática. Tenía claridad de ideas, elocuencia y habilidad para aplicar los procedimientos adecuados en cualquier terreno y, además, era capaz de simultanear actuaciones distintas y de compantibilizar su acción política en la corte con el ejercicio de sus oficios eclesiásticos, a los que más de una vez quiso volver por completo: fue prior del monasterio de Prado entre 1470 y 1485, organizador de la asamblea general del clero castellano reunida en Sevilla en 1478, visitador de la orden jerónima en 1480, administrador de la sede episcopal de Salamanca en 1483 y, después de oponer la resistencia que pudo, obispo de Ávila desde 1486 hasta que se hizo cargo del arzobispado de Granada seis años más tarde.
He aquí un índice breve de sus principales actividades políticas entre 1475 y 1492: consejero real y autor del saneamiento y mejora de la administración de la Corte; gestor de la Hacienda regia en las tareas de disminución de la deuda (1480), toma y devolución de bienes eclesiásticos (1476-1478) y organización del cobro de la indulgencia de cruzada y subsidio eclesiástico, aspectos ambos esenciales para la financiación de la guerra de Granada, en cuyo transcurso acompañó y asesoró habitualmente a la reina; activo diplomático en las relaciones con Portugal; mediador en numerosos conflictos políticos y asesor regio en decisiones trascendentales, como fue el informe acerca del proyecta de Cristóbal Colón.
En este libro se expone con claridad cuáles eran sus ideas sobre el Islam y la conquista de Granada. Su opinión era la común en el pensamiento eclesiástico tal como se venía formulando desde el siglo XII. Nunca debía haberla entre cristianos, ni siquiera en la forma individual de duelo o desafío, según expone en su Exhortación a dos caballeros catalanes, escrita a instancias de la reina hacia 1493 para evitar el duelo entre ambos. Por el contrario, siguiendo también la doctrina establecida, la guerra contra el islam para recuperar tierras usurpadas era justa y además santa porque ayudaba a extender la fe cristiana. No había en Talavera ninguna concesión hacia el islam como tal, por considerarlo religión o, mejor, «secta» errónea, ni hacia su poder político usurpador e ilegítimo. Tales ideas, que no son originales del arzobispo, se expresan con toda claridad en el Oficio de La toma de Granada, que compuso en 1492 para su uso en las misas de celebración y conmemoración de aquel suceso, y eran compatibles con la benignidad misionera con que Talavera quiso tratar a los musulmanes granadinos.
Porque los procedimientos empleados por fray Hernando, ya arzobispo de Granada, para atraer a los musulmanes no tuvieron como resultado conversiones masivas aunque sí algunas individuales. Los consideró como obra de larga duración, a partir del respeto a lo capitulado y, por lo tanto, a la libre práctica de su Ley por los musulmanes e incluso al reconocimiento de la bondad moral de algunos de sus usos y formas de vida. Empleó la persuasión, nunca la coacción ni otros medios que produjeran conversiones al cristianismo forzadas. Al actuar así seguía la línea más suave en las formas de las que veníanse elaborando en la teoría y la práctica misionales desde el siglo XIII y era además consecuente con sus propias ideas acerca del trato persuasivo que debía darse a los cristianos que caían en el error y, por lo tanto, mucho más a judíos, musulmanes y gentiles que habían nacido sin culpa suya en tal situación y en la ignorancia sobre cómo salir de ella. Aquellas ideas eran el fruto de su propia formación intelectual como profesor de teología moral -que hoy llamaríamos ética- y de unas convicciones religiosas aplicadas tanto en su vida personal, propia del monje jerónimo que fue, como en su acción pastoral eclesiástica.
Fray Hernando no fue un humanista, en el sentido estricto del término, porque los móviles últimos de su acción respondían a otros criterios y afanes, pero había asimilado la teoría pedagógica humanista y supo utilizarla pragmáticamente al servicio de sus empresas religiosas: cultivo literario de los clásicos, uso de la lengua vulgar como elemento de difusión, de las traducciones y la imprenta, ya desde sus años de estudiante. Combinó un atenimiento firme a la fe religiosa, a través del estudio de la Biblia y de la Vita Christi y de la práctica de vida contemplativa, con la sensibilidad hacia las corrientes teológicas y reformadoras de su tiempo: franciscanismo, devotio moderna, espiritualidad jerónima, recuperación y seguimiento directo de San Pablo y los padres de la Iglesia. Todo esto se explica con extraordinaria originalidad y claridad en los capítulos del libro escritos por Martín Biersack.
Aquellos saberes y posibilidades debían volcarse en la acción pastoral y transmitirse a otros, para que fuesen fecundos y duraderos, y el arzobispo lo procuró estableciendo espacios y lugares para la enseñanza y la formación religiosa en Granada, especialmente el eclesiástico de San Cecilia para la formación de futuros sacerdotes. Es cierto. por otra parece, que Talavera influyó en la formación intelectual y moral de muchas personas, como consecuencia de su polifacética actividad, pero pocas de ellas podrían considerarse principalmente como sus alumnos y seguidores de su actitud y saberes personales. Juan Rodríguez de Fonseca y Diego Ramírez de Villaescusa aprendieron de él procedimientos eficaces de administración, al servicio de la monarquía o de la Iglesia, pero ahí terminan los paralelismos. Los primeros obispos de las diócesis granadinas fueron personas de su confianza y lo tuvieron como modelo de organizador eclesiástico. Más influídos por su espiritualidad estuvieron gentes de su casa y entorno familiar o clientelar como Juan Álvarez Gato, Diego de Zamora, fray Pedro de Alcalá, Jerónimo de Madrid, Francisco de Madrid y Alonso Fernández de Madrid, tal vez Hernán Núñez de Toledo, y los tres hermanos Herrera: biógrafos del arzobispo algunos de ellos, monjes jerónimos otros, y muchos con orígenes familiares judeoconversos. Tuvo también el arzobispo consigo a Francisco de Mendoza, que siguió una brillante carrera eclesiástica como segundo hijo del conde de Tendilla, capitán general de Granada, amigo y estrecho colaborador de fray Hernando. Y un morisco de linaje tan distinguido como Francisco Núñez Muley comenzó su formación, siendo niño, como paje de la casa arzobispal en 1502. Las páginas dedicadas a éstas y otras personas muestran nuevos aspectos de la obra de Talavera a través de un conjunto de biografías breves elaboradas con acierto.
Para concluir: fray Hernando vivió integrado en una concepción del mundo y en un tiempo histórico concreto, pero en cada tiempo hay muchas personas, bien lo sabemos, y el arzobispo vino a ser el hombre excepciona. El adecuado a la situación irrepetible de Granada en aquellos primer pasos de la nueva época que comenzaba en 1492. Allí pudo aplicar su amplia visión del conjunto político-eclesiástico basada en sus conocimiento teológicos, volcar su larga experiencia como organizador, practicar su programa de vida religiosa personal y pastoral: rodos estos aspectos se conocerán con mucha mayor claridad gracias a la excelente investigación de Martínez Medina y Biersack que ahora se publica.
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