44 La Teología Cristiana a través del arte Barroco

22,00

 CÓRDOBA SALMERÓN, Miguel

ISBN: 978-84-85653-86-7     
Fecha de publicación: 2019
254 págs. 
Dimensiones: 150 x 230 mm. 
Peso: 0 g 
Tapa Blanda
Materias: Teología





       

Descripción

Este proemio se nutre, indefectiblemente, de una ya larga y, como consecuencia, profunda amistad con el granadino autor de este libro, al que tuve el placer de conocer, personalmente, cuando era representante de los estudiantes de la Licenciatura de Historia del Arte (1996-1998) y, más estrechamente, al coincidir como miembros editores de la «Comisión de Publicaciones y Consejo de Redacción de la revista Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada» (1997), en la que, por su brillante labor, me sucederá años más tarde como Secretario.
Una vez titulado, inicia el programa de doctorado «Historia del Arte: Metodología, Historiografía y Conservación del Patrimonio)) (1998-2000), adaptándose más tarde al denominado «Historia del Arte: Investigación y Conocimiento del Patrimonio», ambos ofrecidos por nuestro Departamento de Historia del Arte (Facultad de Filosofía y Letras/ UGR).
Miguel Córdoba Salmerón va a ser acreedor de la Licenciatura de Grado en Historia del Arte, con la máxima calificación, «Sobresaliente Cum Laude por unanimidad», por la Memoria presentada para tal fin, titulada Real Convento de Nuestra Señora de Gracia (Trinitarios Descalzos) de Granada. Estudio Histórico-Artístico (2001), dirigida por nuestro compañero el profesor José Manuel Gómez-Moreno Calera.
Cierto es que no tuve el placer de tenerlo como alumno pues iniciaba mi andadura docente justo cuando él había concluido la carrera. No obstante, su formación como profesor universitario nos va a unir, aún más, durante tres cursos (2001-2002, 2003-2005), al encargarse, como becario predoctoral, de los créditos prácticos de la asignatura «Fuentes de la Historia del Arte» de la que yo era responsable, incidiendo en aquellas de la antigüedad de carácter literario donde prevalecen, sobre todos los demás, los libros canónicos concitados en la Biblia.
Defiende su Tesis Doctoral Patrimonio Artístico y Ciudad Moderna. El conjunto jesuítico y Colegio de San Pablo entre los siglos XVI y XVIII (UGR, 2005), bajo la dirección del catedrático de Historia del Arte, doctor Ignacio Henares Cuéllar, obteniendo, de nuevo, la más alta calificación que se puede otorgar para la consecución del grado de Doctor.
Meses más tarde de su lectura pública, editado por la Fundación Universitaria Española dentro de su serie A (Arte, nº 23) perteneciente a la Colección «Tesis Doctorales Cum Laude», verán la luz sus contenidos con el título El Colegio de La Compañía de Jesús en Granada. Arte, Historia y Devoción (2006), como tres años antes a modo de unidad libraría, lo había hecho su Memoria de Licenciatura titulándola Las Órdenes Religiosas y el Arte Barroco. El patrimonio de los Trinitarios Descalzos de Granada (Col. Monográfica Arte y Arqueología, nº 58) auspiciado por la Editorial Universidad de Granada.
Ambas publicaciones, claves en su trayectoria investigadora -en un primer momento- preludian, en una misma dirección vital, los dos sentidos que va a recorrer el autor entre dos Instituciones de ilustre abolengo y casi idéntica instauración, como son la Universidad de Granada (1531) y la Iglesia -Compañía de Jesús (1534/1540)-. En ambas, ejerce la docencia -como profesión laica o religiosa- siempre primordial para la transmisión de conocimientos.
El año 2006 marca el camino de nuestro ensayista, ya encauzado espiritualmente, hacia: el Noviciado de San Sebastián (2006-2008); sus estudios de Filosofía en la Pontificia de Salamanca (2008-2010); su ejercicio docente en el «Colegio La Merced y San Francisco Javier» de la Compañía (Burgos) y su especialización universitaria en Ejercicios Espirituales (2010-2012) y Bachillerato/Grado en Teología, ambos cursados en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid, 2012-2015); un año de Máster en «Teología y Mundo Contemporáneo» en la Universidad Iberoamericana (Ciudad de México, 2015-2016); y, por último, «Licenciado/Máster en Teología especialidad en Historia de la Iglesia» en la ya referida Pontificia Universidad Comillas (2016-2018), para quedar destinado en Granada, actualmente, como profesor responsable de la materia «Historia de la Iglesia 11: moderna y contemporánea» en la Facultad de Teología.
Además de ser satisfactorio, parece razonable que se deba presentar al autor y luego la obra, pues, sin el uno muy difícilmente existe lo otro y más cuando su trayectoria vital justifica y responde, fielmente, al origen de la idea y, con ello, a las hipótesis que se plantean en el presente trabajo cuyas postulaciones se avanzan en su aclaratoria introducción, mostrándonoslo, como frontis de lo por venir, «a la maniera» de san Juan Damasceno.
La génesis se encuentra en la contribución que, como memoria fin del Grado en Teología -y a modo de examen de tesis-, debe presentar el licenciado como «síntesis teológica». En nuestro caso, dicha disciplina se combina con la categoría de Arte y, a través de ellas, se hace un recorrido historiográfico por todos los tratados científicos que atienden al estudio de Dios y del conocimiento que sobre él tenemos los seres humanos.
Propósito que, en algunos conceptos es complicado visualizar -inmanencia, perijóresis o hipóstasis, entre otras-, si bien es la excepción que confirma la regla, haciendo que el planteamiento holístico se nos presente más que factible, demostrable. En cuanto al período cronológico seleccionado dentro de la época moderna y, derivado de ello, el principal lenguaje estilístico elegido creo que es más que acertado por variadas y justificadas razones.
En primer lugar, el arte barroco ha sido denominado como el «Arte de la Contrarreforma» al proyectar, como hace el «David» de Bernini, todos sus argumentos para contrarrestar la reforma protestante luterana y dar lugar a un conciliador foro ecuménico en Tremo, que pretendía unificar posturas ideológicas divergentes en su seno que evitaran la anunciada escisión a la que se encaminaba la religión católica.
Asimismo, era dejar el oscurantismo siniestro, temible y lúgubre de un ralentizado Medievo, por la dinámica fulgente de una modernidad que tiene al tenebrismo de Caravaggio como mayor representante de esa luminosidad estilística -esa en la que debemos creer porque no sabemos su origen aunque seamos capaces de intuirla- a veces direccional que nos dirige, linealmente, del remitente al receptor final del mensaje, como es el caso de la «Vocación de san Mateo», y que se apoya en esa piedra angular que cimenta san Pedro como exponente de una Santa Iglesia, mediadora entre el cielo y la tierra.
El barroco es también un arte interactivo pues los personajes del lienzo -o del grupo escultórico- se relacionan con los espectadores que están visionando el trasunto de un pasaje bíblico, donde la aparatosidad en los gestos y actitudes hacen más comprensibles los sentimientos que fluyen de los protagonistas de la historia sagrada, pues, salvo el uso de filacterias no gozan del don de la palabra para transmitir una idea o hacer más elocuente las emociones por las que están pasando.
De ahí que este idioma artístico, donde la imagen es usada como medio de propaganda en las principales y fastuosas cortes europeas, como espejo de un poder militar, económico y político en su punto más álgido, tenga su paralelismo en el ámbito religioso, pues los destinatarios, la población, el pueblo llano, es mayoritariamente analfabeto y necesita de un discurso teatralizado que llegue a transmitirle la denodada fe que explica las circunstancias, hechos y fenómenos que se escapan a toda lógica demostrable científicamente.
Esto es lo que se persigue, por ejemplo, con la edición jesucristo. Cuadros evangélicos (1944) que reproduce 149 cuadros de la serie «Vida del Salvador» pertenecientes al Palacio Real de los Barbones en Riofrío (Segovia) -atribuidos a la Escuela italiana barroca de Benedetto Luti (1666-1724)- y que fueron rescatados del anonimato para su restauración con la idea de que ayudaran, dada su fidelidad a los textos, «a comprender mejor los pasajes principales de nuestros Evangelios, más fáciles de retener en su imaginación con la visión de tan bellas composiciones que con la sola explicación verbal, por perfecta y acertada que ésta fuese».
Por todo lo anterior el barroco es, sobre todo, una herramienta docente que hace comprensible al iletrado lo gozoso de un milagro o manifestación y lo angustioso de un martirio o el cumplimiento de una sentencia, temas, estos últimos, predilectos de esta corriente estética. No se trata de contarnos una historia, relatarnos un fragmento o pasaje de las Sagradas Escrituras, lo único que se pretende en las composiciones murales, en los lienzos, tablas e iconos es -y créanme que un sinnúmero de ocasiones lo consiguen- que lo vivamos en primera persona, conmocionando nuestro ánimo en busca del bien común o el de nuestro prójimo y no elude intimidarnos para que nos apartemos -y si no intentarlo- de lo pecaminoso o sus nefastas consecuencias.
No duda para ello que los rostros sean expresivos presentando, junto a la belleza ideal, esa que oculta las taras e imperfecciones heredadas del renacimiento, la belleza real en unos rostros desencajados, cuerpos lacerados y miembros deséoyuntados, cabezas decapitadas, etc. donde predomina la expresividad y donde los protagonistas ya no son sólo mecenas y personas de alto rango social, sino el pueblo, tomando como modelos seres de los suburbios urbanos, menesterosos y enfermos, discapacitados y gente de mal vivir.
En lo pintoresco, anecdótico, pasajero o secundario se detiene el artista dando el mismo valor a objetos y animales que a hombres y mujeres. Es en el detalle, en los nudos de un madero, en un mastín recostado, en paisajes mundanos y en bodegones a lo divino, donde es relevante la humanidad de Cristo. Esa complacencia en la fragilidad carnal con rostros pálidos de brillantes iris y ojos desorbitados, torsos lacerados y descarnados tras haber sido fustigados, piernas amoratadas y desolladas, pies descalzos manchados y con varices, es el paisaje corporal que, angustiosamente, se nos representa.
Igualmente, en su movimiento ondulante recorremos los estadios del infierno al paraíso -pasando por el purgatorio-, de la tierra al cielo por un «rompimiento de gloria», a la que ascendemos por haces de luces diagonales aladas o, metafóricamente, por el movimiento espiral ascendente de una columna salomónica convertida en el anagrama de esta gramática conversacional de la fe que se emparenta con la pedagogía.
Desde el pensamiento cristiano y a través de la obras de Arte se nos mostrará; las «huellas de la Trinidad», la «Muerte y la Vida Eterna», los siete «Sacramentos», la unidad de las «Virtudes», la «creación del hombre» y su «búsqueda de Dios», la Virgen «María ligada al misterio de Cristo y prefiguración de la Iglesia», la «creación», la «pasión», el «mal y el pecado» y el «hombre en la gracia de Dios», teniendo como ilustres consejeros e invitados, en numerosas composiciones, a san Ignacio de Loyola y san Francisco de Borja.
Se nos plantea la lectura como una visita teológica guiada por el interior del templo ideal, deteniéndose en sus bienes y sus ornamentos, donde el artista, a instancia suya o a la del comitente, transcribe e interpreta, figurativamente, la fuente literaria sagrada, así como, a través de sus ilustraciones, podemos ver como se conjuga el itinerario académico y espiritual del autor, pues son los ejemplos icónicos que nos muestra, como complemento a la teorético, fruto de sus estancias puntuales o residencias prolongadas en diferentes urbes, junto a su siempre recurrente y sempiterna ciudad natal, esa nueva Jerusalén como a él tanto le gusta llamarla.
Curiosidades del destino es que aquel doctor que con treinta años se había y lo habían formado como profesor de Universidad en el Campus de Aynadamar -antiguos terrenos jesuíticos-, abandonara su proyectada carrera académica, a punto de conseguir su estatus profesional, y se fuera a preparar el Camino y recibir al Señor por mediación de la Orden de la Compañía de Jesús, quien, enormemente sabia, lo encauza por su antiguo designio y lo devuelve, de nuevo, a los primitivos pagos cartujanos para que retome, en la Facultad de Teología -y otros foros universitarios- la actividad docente como instrumento evangelizador.
Me siento muy agradecido por haber tenido el privilegio de conocer y prologar esta obra del profesor y padre jesuita Miguel Córdoba Salmerón, precisamente, en una etapa profesional donde el Arte moderno invade mis encargos de curso en la materia de Historia del Arte, tanto en el Grado de Historia, como en el de Arqueología. Su lectura me ha aclarado y respondido a muchas incógnitas, desvelándome los textos teológicos -Cartas Encíclicas, Concilios, Textos del Vaticano, Sínodos, Cartas y Bulas Apostólicas, etc.- que llegan a fundamentar, gracias a las descripciones formales y preciosistas de sus lienzos, los misteriosos mensajes que parecen esconder estos pasajes o secuencias bíblicas a simple vista, por lo que espero y confío mejore mi laborar pedagógico al fundamentar y esclarecer lo que planteo ante receptores legos en dicha materia.
Para los que ahora estáis con esta edición en vuestras manos espero que la disfrutéis con la misma intensidad con que los pintores exégetas emplearon la «luz estilística» para iluminar, direccionalmente, en lo que les interesó que nos detuviéramos y reflexionáramos: la búsqueda de la verdad a través del Agnus Dei, al considerar las manifestaciones artísticas como un instrumento más, tal vez el de mayor eficacia, para la difusión del pensamiento cristiano.
A modo de colofón, concluyo como lo hace Miguel:
«Es mi deseo que este trabajo se haya convertido en un camino que, por medio de las expresiones de la belleza artística, pueda ser reconocido como un sendero que ayude a encontrarse y profundizar en Jesucristo, verdadera expresión de la infinita belleza» Salvador Gallego Aranda Granada, 25 de enero de 2019 Festividad de la Conversión del Apóstol San Pablo

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